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Tuesday, October 11, 2016

Crisis


Thursday, December 14, 2006

VÍCTOR GÓMEZ PIN, "La causa del hombre"

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TRIBUNA: VÍCTOR GÓMEZ PIN

La causa del hombre

El País, 09/10/2006


"Quería demostrar que una máquina con los órganos y la figura de un ser humano y que imitase nuestras acciones en lo que moralmente fuera posible, no podía ser considerada como un hombre... nunca una máquina podrá usar palabras ni signos equivalentes a ellas, como hacemos nosotros para declarar a otros nuestros pensamientos... Por otro lado, no hay hombre, por torpe que sea, que no coordine varios vocablos formando partes para expresar sus pensamientos; y ningún animal, por bien organizado que esté, por perfecto que sea, puede hacer lo mismo... No es creíble que un mono iguale a un niño de los menos hábiles o que esté perturbado, a no ser que por ello se atribuya a este niño una naturaleza distinta de la nuestra, cosa inadmisible". Hace ya cuatro siglos que René Descartes escribía estas líneas, premonitorias respecto a un doble fantasma que marca nuestra civilización y que es síntoma del triunfo de una ideología con ribetes de antihumanismo.

Por un lado se trata, en última instancia, del mito de la llamada inteligencia artificial. En sus versiones más radicales, ésta no sólo apuesta por la viabilidad de seres inteligentes sin soporte biológico, sino que hace de ellos un modelo explicativo de la inteligencia humana; complementariamente se abre camino la idea de que la percepción de un ser artificial, dotado de sofisticados sensores, podría llegar a ser equiparable a la percepción humana. Y respecto a esta última, se considera que la extensión de la sensibilidad digital (hasta ahora limitada a visión y audición) al tacto, al olfato e incluso al gusto, harían de la presencia en Internet de un vino o un cuerpo algo más que mero simulacro. En suma: abusiva humanización de entidades maquinales, correlativa de una desnaturalización del ser humano (puesto que su ser sapiens tendría explicación en el orden no biológico).

Por otro lado, lo que subyace es una posición ideológica con soporte en la genética contemporánea, pero que es extrínseca a la misma, precisamente por tratarse de una ideología. Se parte de algo por todos compartido, a saber, la necesidad de asumir las consecuencias del alto grado de coincidencia genética entre humanos y primates, asunción que un antropocentrismo duro habría durante demasiado tiempo impedido. Pero se acaba negando abusivamente la singularidad de la condición humana en el seno de la animalidad. Consecuencia inevitable de esta negación es que se diluyen las razones que hacían de la no instrumentalización del ser humano el imperativo central de toda ética. En efecto, tal deber de no instrumentalización debería extenderse también a los animales, o al menos a algunos de ellos (concesión inevitable, simplemente por imposibilidad de ser auténticamente consecuente con la tesis). Paradoja, no menor, en todo ello es que muchos de esos animales a los que se extiende la afectividad que reservábamos para nuestros congéneres, han sido previamente desnaturalizados, por inserción en un medio urbano en el que carecen de toda función connatural. Así, en abril de 2006, se desplegaban por toda Barcelona carteles con el anuncio siguiente: "Salvemos el rinoceronte, ven al zoo..."

En lo que a la primera vertiente se refiere, en absoluto estoy negando esta obviedad de que la técnica es expresión cabal de la esencia misma del ser humano y contribuye a su realización. Todo depende del uso que se hace de la técnica y de la función que se le atribuye. Mas nuestra relación con la técnica, su valoración, la función que los ciudadanos le asignan, han sido profundamente perturbadas por la idea misma de que cabe esperar de ella la construcción de entidades inteligentes. El pensador americano John Searle denunciaba, hace ya un cuarto de siglo, el carácter abusivo de la expresión misma inteligencia artificial y sobre todo de la concepción de ésta como un modelo explicativo del comportamiento humano. ¿Que desde entonces ha llovido mucho? Obviamente, pero a mi juicio nada ha cambiado en lo esencial. Como máximo las espadas siguen en alto. Y si de discusión teorética se tratara, obviamente se ha de estar dispuesto, en todo momento, a modificar una posición como la mía actual (favorable a la tesis de que sólo cabe hablar de inteligencia artificial, al precio de degradar hasta la caricatura el término mismo de inteligencia). Mas ocurre que muchos parecen dar por supuesto que el asunto está ya zanjado en el sentido que conviene a los artificialistas, émulos de A. M. Turing: erigen una mera hipótesis en premisa con peso ontológico, y de la misma extraen corolarios que determinan la imagen que nos hacemos de nosotros mismos, que forjan una nueva antropología filosófica y dificultan un claro discernimiento sobre lo que cabe y lo que no cabe esperar de la técnica.

En lo que a la segunda vertiente se refiere, se nos viene encima el reproche de que, al resistirnos a la vulgata ideológica que predica la homologación entre humanos y otros animales, hacemos abstracción de lo que la biología (concretamente la genética) contemporánea y la etnología nos dicen. Pues nada de ello. Por el contrario, precisamente porque tomamos estricta nota de lo que la ciencia indica (sin atribuirle lo que no dice) cabe oponerse a una actitud que encuentra en ella una suerte de coartada. Coartada de una idea apriorística, para sustentar la cual se hace abstracción de todo aquello que no viene bien a la causa. Para decirlo muy claramente: cuando a toda costa se quiere legitimar la tesis de la homologación entre humanos y otros animales, se está obligado a dejar de lado el hecho indiscutible de que "pequeñas" diferencias en la parte del genoma no codificadora de proteínas, y en la estructura y función del cerebro, pueden tener enormes consecuencias; consecuencias concretamente por lo que concierne a lo que ciertos neurofisiólogos denominan "conciencia secundaria", de la cual son constitutivos aspectos tan irreductiblemente humanos como el pensamiento abstracto y el lenguaje. Sencillamente: en el registro científico, la discusión está abierta y hay que palparse la ropa un par de veces antes de abrazar las enormes implicaciones jurídicas y éticas que se derivan de afirmar que los grandes simios, esos vecinos en el registro filogenético, en lo esencial no difieren de nosotros.
El problema del humanismo contemporáneo es la carencia de aliados. La escolástica ideológica imperante vehicula, con dogmática ferocidad, máximas de comportamiento que parecen tener más en cuenta la causa de otras especies, e incluso -en un futuro- la causa de una inteligencia no biológica, que la causa del hombre. Si tal ética se generalizara, cabría decir que nuestros contemporáneos están perdiendo el instinto propio de la especie, al menos si por especie humana se entiende ese ser indisociablemente loquens y sapiens que, entre otras cosas, tiene la exclusiva de la preocupación general por la naturaleza (especies animales comprendidas).

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Tuesday, November 07, 2006

ENRIQUE GIL CALVO, "Una generación hipotecada"

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TRIBUNA: ENRIQUE GIL CALVO

Una generación hipotecada

EL PAÍS - Opinión - 07-11-2006

Si siguiéramos el precedente publicitario sentado por una famosa novela publicada hace ya algunos años, a la actual cohorte de jóvenes que se disponen a formar familia entrados en la treintena habría que llamarla generación H o generación hipotecada, como forma gráfica de identificar su programación vital. Y ello tanto en términos estrictos como metafóricos, pues se trata de una generación que no sólo ha contraído hipotecas inmobiliarias casi vitalicias, en la medida en que su plazo de cancelación alcanza ya los 50 años, sino que además ha hipotecado en sentido figurado toda su entera biografía.

En efecto, para esta generación, la hipoteca se ha convertido en el peaje a pagar como nuevo rito de paso hacia la integración adulta. Por eso, hoy los jóvenes permanecen dependiendo de sus familias hasta que logran disponer de un empleo estable con cuyos ingresos poder sufragar un crédito hipotecario, lo que no resulta posible hasta los 30 años. ¿A qué se debe esta preferencia juvenil por la compra de vivienda en vez del alquiler? Hay tres explicaciones coincidentes. La primera es la escasez y carestía de los pisos en arriendo, dada la naturaleza especulativa de nuestro mercado inmobiliario. La segunda se debe a los factores culturales derivados del modelo latino-mediterráneo, dada la herencia histórica legada por la política social del fascismo, cuyo símbolo fue la vivienda familiar de protección oficial. Y la tercera se debe al clima de inseguridad laboral e incertidumbre de futuro que aconseja a los jóvenes protegerse frente al riesgo de despido y de divorcio mediante la compra de una vivienda en propiedad. Un riesgo que para las mujeres es mucho más elevado, dada su discriminación laboral y las carencias de nuestro Estado de bienestar, cuya escasez de servicios sociales impide conciliar el trabajo con la maternidad. De ahí que la propiedad de la vivienda actúe como un seguro de vida, destinado a proteger y garantizar el futuro adulto.

Todo ello explica que los jóvenes españoles prefieran seguir conviviendo con sus padres hasta que puedan estar en condiciones de adquirir una vivienda en propiedad. Pero dada la creciente carestía del mercado inmobiliario, la precariedad del mercado laboral y el bajo poder adquisitivo de los salarios, esto sólo puede hacerse mediante un crédito hipotecario con periodo de amortización muy largo. Pero hipotecarse a largo plazo exige disponer de un empleo fijo o estable: algo fuera del alcance para la mayoría de los jóvenes mileuristas, que sólo pueden acceder a contratos temporales sin garantía de continuidad. De ahí que muchas veces necesiten del concurso de sus progenitores (o de sus abuelos) para que avalen y garanticen el pago del crédito hipotecario, lo que refuerza la dependencia familiar de los jóvenes. Y aun así, la obtención del crédito hipotecario resulta muy difícil si no se plantea entre dos, mediante su firma solidaria con una pareja estable con la que compartir los costes y los riesgos de la amortización. Por eso a una conocida demógrafa le gusta decir que los jóvenes no se casan con sus parejas, sino con sus hipotecas. Y esto explica que la cohabitación en España sea mucho más baja que en el resto de Europa, pues nuestros jóvenes prefieren el matrimonio institucional como la forma más segura de garantizar el futuro de sus hipotecas. Pero esta hipotecación generalizada también tiene graves consecuencias sociales y políticas. Entre estas últimas cabe destacar el sesgo ideológico en sentido conservador que con sus hipotecas adquiere esta generación, dedicada el resto de su vida a defender y asegurar con uñas y dientes el valor de su apreciada propiedad privada. Un conservadurismo privatizador que se ve además doblado con un estéril inmovilismo localista y nacionalista, pues, encadenados a sus hipotecas vitalicias, los jóvenes se resisten a emigrar de los nichos inmobiliarios que habitan, desaprovechando las oportunidades de movilidad social y geográfica que les brinda la globalización. Pero, además de todo esto, aún existe otro efecto hipotecario todavía más insidioso, que es el ejercido sobre la formación de carácter de la juventud.

El retraso hipotecario de la emancipación juvenil ha invertido la metodología educadora, que antes era meritocrática (carrera de sacrificios disciplinarios, con aplazamiento de las recompensas hasta después del acceso al estatus adulto) y hoy es consuntiva: acceso inmediato a todas las gratificaciones sin proporción a los sacrificios realizados y con mucho adelanto sobre la adquisición del estatus adulto. Hace pocos lustros, cuando la emancipación juvenil se producía hacia los 22 años, todavía se intentaba reprimir a los jóvenes negándoles el acceso a unos consumos gratificantes como el del sexo con la promesa de que "cuando seas padre, ya comerás huevos". Pero ahora semejante sacrificio aplazado hasta después de los 30 años ya no tiene ningún sentido. De modo que, alentados por la tolerante permisividad del forzoso consentimiento progenitor, nuestros adolescentes adelantan hasta edades cada vez más tempranas su precoz acceso anticipado a todos los consumos inmediatamente gratificantes, como el sexo y los demás entretenimientos placenteros. Por lo tanto, estos incentivos ya no pueden actuar como premios diferidos que estimulan el esfuerzo sostenido por madurar y hacerse mayor, pues ahora pueden cobrarse por adelantado con total independencia del mérito y la madurez personal.

Lo cual supone invertir la secuencia temporal entre las dos actividades de consumo (satisfacción de necesidades) y realización (desarrollo de capacidades), que según Jon Elster estructuran la programación biográfica de la buena vida. Lo progresivo es anteponer la realización sobre el consumo para utilizar a éste como incentivo aplazado, tal como hacía el método moderno de socialización diferida: de joven se reprimía el consumo y se aprendía la realización (ética del trabajo), para poder recobrar ya de adulto como legítima recompensa el consumo juvenil sacrificado. Era el truco de la zanahoria prometida como premio aplazado del esfuerzo de autosuperación: "El que algo quiere algo le cuesta". Lo cual obligaba a programar la vida de acuerdo al ascetismo puritano de la hormiguita inversora, pagando el precio por anticipado antes de disfrutar de la vida en un futuro aplazado.

En cambio, el actual método posmoderno invierte la secuencia temporal entre ambas instancias, cayendo en la regresión aparente de poner el carro delante de los bueyes. Ahora se adelanta a la etapa juvenil un copioso consumo pasivo y gratuito (ética del ocio) mientras se pospone la realización activa hasta muy avanzada la etapa adulta. Así, una vez que ya se ha inducido la adicción a un régimen de consumo compulsivo, sólo después se ofrece la oportunidad de realización adulta como precio a pagar para seguir realimentando el coste de la adicción consumista. Pero esto es como abandonar el método inversor de pagar antes de gastar, propio de la ahorradora hormiga, para pasar a seguir el método adictivo de gastar antes de pagar, típico de la consuntiva cigarra. Un método de socialización anticipada inspirado en la lógica del crédito hipotecario, que permite disfrutar del consumo juvenil antes de que haya que pagarlo en el futuro con realizaciones adultas, colocando así al joven de por vida en posición deudora.

Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

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Monday, November 06, 2006

JOSÉ F. DE LA SOTA, "Reconstruir la casa"

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TRIBUNA: JOSÉ F. DE LA SOTA

Reconstruir la casa


EL PAÍS - Opinión - 07-04-2006

Me viene a la cabeza (deformaciones de la literatura) un título de Salinger, el autor de El guardián entre el centeno. El título en cuestión es Levantad, carpinteros, la viga maestra. No encuentro otra metáfora mejor para estos días y los que nos esperan que la de un carpintero levantando una viga, construyendo una casa en la que habitarán personas, ciudadanos, vecinos; construyendo una casa en la que habitaremos todos y que a todos, por tanto, deberá o debería dar cobijo. Quiero ser optimista. Una casa con puertas y ventanas por donde entren el aire y la luz para todos y no para unos cuantos. No para los vecinos del sexto izquierda o los dueños del ático.

La casa es todo un símbolo. Gabriel Aresti habló de la casa del padre, pero a mí me emociona más la casa de Antonio Gamoneda en su Blues castellano. "En mi casa están vacías las paredes / y yo sufro mirando su cal fría. / Mi casa tiene puertas y ventanas: / no puedo soportar tanto agujero". Hemos visto multitud de agujeros en todos estos años infinitos que parecen tocar a su fin. Pudimos aprender a distinguir los orificios de una pistola de calibre 9 milímetros Parabellum con precisión de peritos balísticos. Nuestros ojos han visto mil agujeros negros llenos de sangre negra, porque gracias a ETA, también, pudimos aprender lo negra que es la sangre y lo adherente que es la masa encefálica de un guardia civil, de un cocinero, de un concejal del PP o del PSOE, de una mujer o un hombre que pasaban por allí. Descubrimos muy pronto que los agujeros se tapaban muy bien con serrín. Gastamos toneladas de serrín. Entre agujeros y serrín, Antonio Gamomeda termina así su blues: "El mundo es grande. Dentro de una casa / no cabrá nunca. El mundo es grande. / Dentro de una casa -el mundo es grande- / no es bueno que haya tanto sufrimiento".
El mundo es grande, sí. Más grande que la casa de los vascos y más grande que el reino de España y más grande que Europa. Tengo una foto encima de mi mesa de trabajo. Es una mujer vieja que se llama Vicenta Martínez y vive en Nicaragua. Tiene un trozo de madera en las manos con el que espera reconstruir su casa después de que el maldito huracán Mitch se llevara su techo, sus paredes, sus cosas, sus cultivos, sus pocos animales. Vicenta está dispuesta, qué remedio, a comenzar de cero. No es bueno que haya tanto sufrimiento, parece que nos dice en esa foto que ahora mismo contemplo. Pero a pesar de todo parece decidida a reconstruir su casa y hasta esboza una tímida sonrisa, una grave sonrisa. A Vicenta le haría mucha falta un carpintero que levantase, lo mismo que en el libro de Salinger, la viga maestra de su nueva casa. Pese a todo, ella sigue aferrada a sus raíces.

Nuestro huracán particular ha declarado, jura que con carácter permanente, un alto el viento, o sea, un alto el fuego y un alto a la sangre. Nuestro huracán particular ha sido sordo y cruel, mucho peor que el Mitch. Aunque nuestro museo de titanio brille y nuestros restaurantes continúen haciéndonos felices, el huracán desbarató la casa y arrasó nuestras tierras y nos dejó desnudos. No estamos, en el fondo, mucho mejor que los damnificados por el huracán que asoló Nicaragua, aunque nos creamos ricos. Los agujeros negros cubiertos con serrín ya no se ven, pero siguen ahí. Nuestra conciencia colectiva, si de verdad existe, está agujereada. Es la devastación moral que deja un huracán de más de treinta años.

Es curioso, durante más de treinta años hemos oído hablar de construcción (construcción nacional) a los amigos de los huracanes y sus no pocos socios. Y ahora, cuando el viento de la muerte ha cesado, comprobamos los daños invisibles ocasionados por el vendaval (vamos a comprobarlo y va a ser duro). Ahora lo que nos toca es la reconstrucción y el adecentamiento del solar. Tendremos que luchar contra los especuladores (que en el negocio inmobiliario no faltan, por desgracia). Y desenmascarar a los oportunistas que pretendan hacer ganancia fácil. Habrá mucho estraperlo ideológico y mucho ventajista, mucho tahúr (y no del Misisipi) y mucha subcontrata. Va a ser difícil levantar esa viga maestra para construir la casa que todos deseamos, pero vamos a hacerlo, no lo dudo. Vamos a aprender todos de Vicenta Martínez.

José Fernández de la Sota es escritor; acaba de publicar Cumbre del mar (Hiperion), Premio Valencia de Poesía.

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Monday, October 30, 2006

BERNARDO ATXAGA: La canción

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TRIBUNA: BERNARDO ATXAGA


La canción


EL PAÍS - Opinión - 08-04-2006

Siempre hay una canción o una poesía en el origen de la violencia política, y así ha ocurrido también entre nosotros, en este País Vasco que ahora mismo, cuarenta años después de los primeros disparos, celebra la vuelta a la normalidad. Basta ponerse de puntillas y mirar un poco por encima del presente para ver cuántas veces se mencionaba entonces, en aquel comienzo, la historia del pájaro preso en la jaula; cómo la coreaban los jóvenes, con qué convicción. Euskadi era el pájaro, y la dictadura del general Franco era la jaula. El pájaro quería ser libre, volar. Pero nadie iba a abrirle la jaula, tenía que rebelarse, perder el miedo y luchar.

No debe desdeñarse la importancia que las metáforas sencillas adquieren en situaciones de dictadura. Recogen todo lo que debería decirse de otro modo, en artículos, conferencias o programas de televisión, y acaban pareciéndose a esa oración que los creyentes repiten con gran sentimiento cada vez que pasan por un trance. Se sabe luego que son poca cosa, y que, por más que nombren lo importante -"¡qué hermosa es la libertad!"-, no pueden tener sino un valor provisional; que, a la mínima, debe pasarse a otra cosa. Lo que no acaba de saberse tan bien es la razón por la que la metáfora -la canción- resultó aquí tan poderosa. Por qué llevó a muchos jóvenes a tomar las armas; por qué llevó a otros, a un sector de la sociedad vasca, a aceptar la violencia o a disculparla.
Parece, en principio, un fenómeno raro. En los años sesenta -sigo de puntillas, sigo mirando por encima del presente-, las iglesias vascas estaban repletas de gente, y la religión de Jesús se practicaba de forma rigurosa, sin ambigüedades o relativismos. Cuando, en las cocinas o las excursiones, se hablaba de la Guerra Civil, siempre había alguien que hacía hincapié en el comportamiento humano, "cristiano", de los nacionalistas vascos. "Nosotros no fusilamos a nadie", solía escuchar yo a mi tío Tomás Campandegui, superviviente del bombardeo de Guernica. Era la actitud moral más extendida, la viga maestra de la sociedad vasca. Llegó sin embargo la primavera de 1968, y Txabi Echevarrieta -estudiante brillante, educado en el cristianismo- disparó con su pistola contra el guardia civil de Tráfico que le había pedido la documentación, José Pardines. La canción acababa de romper la viga maestra, el eje moral.
No sé si puede llegarse a la causa última de un acto humano. Podría parafrasear a Paul Valery y decir que "la canción puede ser simple, pero la persona que lo canta nunca lo es". Desde luego, Txabi Echevarrieta no lo era. Al contrario, pasaba por ser el más intelectual de todos los militantes de aquella incipiente ETA. Pero, salvando ese detalle, hay dos causas que ahora parecen evidentes. Dos causas que debieron de influir en aquel Echevarrieta y en todos los que siguieron su estela.

La primera, circunstancial, tiene que ver con otras canciones y otras metáforas, con aquellas que en los años sesenta estaban de moda entre los jóvenes inquietos de todo el mundo. Eran heroicas, justificando la actividad guerrillera hasta en países como Canadá, Alemania o Estados Unidos. Muchas de esas canciones estaban, además, cargadas de euforia: los movimientos de liberación nacional de Israel o Túnez habían tenido éxito, y lo mismo la revolución cubana. Por otra parte, el héroe por excelencia, el personaje con más glamour del mundo, era un guerrillero: Ernesto Che Guevara. Con tanto ejemplo, ¿cómo resistirse? Recuerdo lo que respondió un ingeniero aeronáutico cuando le preguntaron si el vuelo de los pájaros había influido en la construcción de aviones. "En nada concreto" -respondió-, "pero dieron la idea. Si ellos podían volar, ¿por qué no el hombre?". Con esa lógica debieron de pensar los fundadores de ETA. Habían oído las canciones heroicas que sonaban por el mundo, y decidieron llevar adelante su versión. No es de extrañar que a Txabi Echevarrieta le llamaran el "Che vasco".

La segunda razón tiene que ver con la especificidad de la represión franquista en el País Vasco. No es que fuera más feroz que en Extremadura o en Cantabria, sino que fue más extensa, afectando incluso a la lengua. Vuelvo a acordarme de mi tío Tomás Campandegui: cuando él y sus socios compraron un nuevo barco de pesca y le quisieron llamar Guadalupeko Ama, no pudieron, y el barco tuvo que llamarse Virgen de Guadalupe. Y lo mismo ocurría con las inscripciones de las lápidas: nada de Goian bego; había que poner Descanse en paz. Independientemente de lo que se piense sobre las lenguas vernáculas, a nadie le puede caber duda lo mucho que influyó este aplastamiento cultural a la hora de justificar la violencia.

Puede resultar asombroso que la canción haya durado cuarenta años. Pero así ha sido. Sonó en los setenta, sonó -con desprecio de la nueva situación política- en los ochenta y en los noventa. Tuvo incluso una subida de volumen hace unos pocos años, durante el gobierno Aznar, en la época que siguió al cierre del periódico Egunkaria. Ahora, después de la declaración del alto el fuego, tampoco cesará. Pero ya no reclutará a nadie, no llevará a la violencia.

Bernardo Atxaga es escritor. El hijo del acordeonista (Alfaguara) es su última novela.

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